Por si este castigo frutal para mis antebrazos no fuera
suficiente, a la hora en que entré en
directo por teléfono, al parecer se habían dado cita diversos paseadores de perros
para presumir de la ferocidad de sus mascotas; unos canes que solo callaban
ante el paso de varios camiones de propaganda electoral cuyas bocinas anulaban
por completo la audición de un humano medio.
Afortunadamente, pude mitigar el ensordecedor efecto de la jovial
avenida refugiándome en la entrada a un garaje privado, lo cual hizo que
estuviera durante toda mi intervención bajo sospecha de dos señores cuyo físico
dejaba entrever su afición por la halterofilia callejera.
A partir del minuto 25 el resultado…